“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. Hebreos 11:8
La mayoría de nosotros nacimos para ser personas comunes y corrientes. No nacimos para ser personas famosas, los primeros de la clase, o los más inteligentes. Pero decir esto hoy en día es “pecado”. Porque el mundo nos ha llevado a idolatrar y codiciar el éxito a tal punto que nos hemos convencido de que ser el primero lo es todo en la vida. Es por eso que hoy se piensa que ser una persona común (ama de casa, pastor, abogado, doctor, o cualquier otra cosa) sin fama, éxito, o notoriedad, es simplemente ser un perdedor. Gracias a Dios, en la Biblia encontramos que no es malo ser una persona común y corriente, y que de hecho la mayoría de nosotros nacimos para ser así. Como vemos en el versículo de hoy, generalmente Dios no escoge a personas extraordinarias, sino más bien a personas ordinarias, pero obedientes como Abraham, con quienes puede hacer proezas extraordinarias. La Biblia está llena de ejemplos así. Moisés no podía hablar, Jeremías era tan solo un niño, José era un joven al que todos hacían bullying, la niña que ayudó a Naamán era una esclava, María (la madre de nuestro Señor) era una persona muy pobre, etc. Todas estas fueron personas ordinarias, que llegaron a ser exitosas y reconocidas por Dios no porque fueron muy habilidosas, sino porque fueron muy obedientes. Así que está bien no ser Einstein, Aristóteles, Pasteur o algún otro famoso. Está bien ser una persona común y corriente u ordinaria. Porque el éxito en la vida según la Biblia, no se encuentra en llegar a ser una persona renombrada. Sino en obedecer a Dios siendo una persona común, o siendo una persona renombrada.