Sin el temor a Dios, la corrupción seguirá.

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Porque yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer. (Ro. 7: 18,19)

 

Si reconocemos esta sencilla verdad de que por naturaleza somos propensos a buscar en primer lugar nuestro propio beneficio, entonces tendremos cuidado de estar siempre bajo autoridad, y de rendir cuentas de nuestro trabajo constantemente. Sin embargo si estamos en un sistema en el que de pronto, nos convertimos en nuestros propios amos, entonces el peligro es inminente.

Hoy hay quienes dicen que hemos evolucionado tanto que ya no existe la naturaleza pecaminosa en el hombre. Es por esto que Blas Pascal en el siglo 17 dijo: “Ciertamente que nada  nos ofende más que esta doctrina (del pecado original) y sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos”. En verdad al mirar la corrupción que vemos hoy en día, podemos decir que nos vemos incomprensibles por haber dejado a lado la idea del pecado y de la responsabilidad moral.  Es que en la actualidad, se ha desechado la perspectiva bíblica del pecado, afirmando que el hombre es el resultado de la evolución, y que por lo tanto la moralidad también se encuentra en evolución. Según esta creencia, el ser humano es bueno por naturaleza, y no se corromperá si se desarrolla en medio de las condiciones sociales correctas. Entonces se ha explicado el pecado como resultado de la ignorancia, pobreza y las demás condiciones sociales negativas. Visto de esta manera, las malas acciones en la naturaleza humana no son resultado de la corrupción moral interna, sino del medio social en el que se desenvuelve; por lo tanto la respuesta a la maldad se encuentra en ajustar bien las condiciones sociales.

Este enfoque rechaza la justicia basada en la ley de Dios, y reduce a la ley a un conjunto de políticas sociales y económicas que aparentemente funcionan de modo óptimo, pero que sin embargo se ve con toda claridad que no ha podido detener la avalancha de corrupción que vemos en el mundo. – (F)