Dignidad a la hora de la muerte.

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Después de esto sepultó Abraham a Sara su mujer en la cueva de la heredad de Macpela al oriente de Mamre, que es Hebrón, en la tierra de Canaán. (Gn. 23: 19)

 

Toda criatura fue creada a la imagen de Dios y está constituida de espíritu, alma y cuerpo; por lo tanto, es un ser eterno y tiene dignidad. A los ojos de Dios todos somos creados iguales y no hay criaturas de segundo orden, ni a la hora de la muerte.

En el texto de hoy vemos esa dignidad a la hora de la muerte. Abraham, aunque era extranjero compro un terreno para dar sepultura a su amada esposa con todo el honor que ella merecía; pues Dios anhela que nosotros también dignifiquemos a nuestros seres queridos a la hora de la muerte. Sin embargo, en este tiempo de emergencia sanitaria hemos sido testigos de grandes atropellos a la dignidad humana, ya que a la persona infectada del virus la hemos llegado a ver como un ser que está bajo maldición y de la que hay que deshacerse lo más rápido sin importar su memoria y su dignidad. Lo peor aún es que a enfermedades que no tienen nada que ver con la infección del coronavirus se les ha confundido con ésta, creando un gran temor entre la gente, el temor a morir con tanta indignidad; ya que han sido testigos de ver como se les ha tratado a los muertos con este virus. Especialmente ha habido muchos ancianos que han padecido de enfermedades comunes a su edad y todos ellos han sido probables infectados a tal punto que se ha acelerado su fallecimiento por el temor a morir bajo esta maldición.

En verdad la información fatalista que hemos recibido tanto de los organismos internacionales, como de los nacionales con la intención de frenar las infecciones, han llevado a un estado de psicosis colectiva por un lado y a tratar sin dignidad a los que fallecen.