¿Cómo entender los grandes crímenes?

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«Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal»  (Gn.6:5)

 

Nos sorprendemos grandemente cada vez que escuchamos o vemos crímenes horrorosos, y lo que nos sorprende aún más, es que no logramos entender que alguien pueda llegar tan lejos en la maldad.

La palabra de Dios nos revela que el pecado no tiene límites y nos presenta como la fuerza que corroe toda la rueda de la creación, como la fuerza que esclaviza al hombre y le lleva cautivo a cometer toda clase de males. Sin embargo hoy en día el concepto del pecado ha perdido su definición original, por que la sociedad poco a poco lo ha ido considerando como poco iluminado y muy degradante, al punto de negarlo como una realidad que viene con el ser humano desde que nace.

Hoy en día todo se explica y se justifica con el término “disfuncional”. Este crimen o aquel crimen se explica, porque tal sujeto tuvo una niñez disfuncional, o es el resultado de un hogar disfuncional, o de un entorno disfuncional, y para lo cual hay una solución prevista, “La terapia apropiada” y “La medicación apropiada”. De esta manera ya no se enfrenta la realidad del pecado y nos quedamos sin explicación a los grandes crímenes.

Por supuesto que hay una realidad disfuncional, pero lo que aquí está en juego es algo más profundo. Todo ser humano nacemos con una naturaleza rebelde hacia Dios, con una naturaleza egocéntrica, la misma que llega a ser más destructiva cuando no hay muros de contención que lo controle. ¿Qué quiero decir con esto?, quiero decir que si no ayudamos a nuestros hijos a adquirir virtudes como el dominio propio, la paciencia, la fortaleza (que es la capacidad para sufrir), no estaremos capacitándoles para enfrentar a sus propias naturalezas egocéntricas, las mismas que dejadas a “sus anchas” pueden llegar a atrocidades como las que estamos viendo. Cuán importante es para nuestra cultura presente animar a los padres a disciplinar a sus hijos hasta que éstos (los hijos) produzcan las virtudes necesarias para que tengan éxito en sus vidas.