Cuidando y viviendo lo que creemos

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Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga”. (1 Corintios 11.20–21)
Habían pasado aproximadamente 20 años desde que Jesús había instituido la Santa Cena, y la iglesia en Corinto ya estaba pervirtiendo esta hermosa práctica. Antes de celebrar la Santa Cena los corintios se reunían para tener todo un banquete juntos con mucha comida y bebidas, y luego de esto, celebraban la Santa Cena. Originalmente, esta costumbre de comer antes de la Santa Cena implicaba que los miembros más prósperos de la congregación llevaran comida para ser compartida con los que menos tenían. Sin embargo, las cosas no se mantuvieron así, y pronto, surgieron grupos en la iglesia que compartían solamente entre ellos, y como resultado de esto, las divisiones, las contiendas y los celos aumentaron dentro de la congregación. Solo fue cuestión de tiempo hasta que el banquete previo a la Santa Cena, se convirtiera en una fiesta privada para la satisfacción egoísta de cada grupo mientras los pobres se morían de hambre. Este episodio en la vida de los hermanos de Corinto nos enseña dos grandes lecciones. Primero, que solo tienen que pasar pocos años para que la iglesia pervierta una gran doctrina, en este caso, la Santa Cena. Si no cuidamos las verdaderas enseñanzas de la Biblia, no pasara mucho tiempo hasta que nos veamos en medio de una iglesia que predica y vive todo lo contrario a lo que nos enseña la Biblia, como ya está pasando en algunos lados. Segundo, este episodio nos enseña que los creyentes podemos ser gente realmente rencorosa, malintencionada, egoísta, y no solo con los de afuera, sino especialmente con los hermanos de la misma iglesia. Bien dice el dicho, “en casa de herrero cuchillo de palo.” Los cristianos que más hablamos del amor y del perdón, a veces somos los que menos perdonamos y amamos. Así que, es bueno mantener la doctrina o la buena enseñanza, pero es bueno también vivirla. Y no solo con los de afuera, sino especialmente, con los de adentro, con los de la misma iglesia.