A la luz del evangelio

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El 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martin Lutero expone en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg (Alemania) las 95 tesis con la finalidad de sacar a la luz los abusos que la iglesia cometía. De esta manera se da inicio al movimiento conocido históricamente como la Reforma protestante.

Siendo que estamos cerca de esta fecha, me permito exponer bajo diferentes tópicos la riqueza singular de la reforma, que no fue otra cosa que el de poner a la luz, la comprensión del evangelio.

 

La Justicia de Dios.

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Cor. 5:21)

La justicia de Dios es el elemento vital de la salvación, y consiste en que Dios por su naturaleza no puede pasar por alto el pecado de la humanidad, y por cuanto nos creo para estar junto a él, decidió emplear el único recurso que le quedaba para quitar el pecado y acercarnos a él.

Este único recurso es Su Hijo que lo envía al mundo para que tomara carne y sangre como todas sus criaturas y experimente el sufrimiento y la tentación al cual estabamos todos sometidos en este mundo caído, llegando a ser el cordero sin mancha por cuanto no sucumbió al pecado, y por lo tanto la única ofrenda para quitar el pecado del mundo.

Es por esto que Dios colocó sobre él los pecados de todos los hombres, que parafraseando diríamos: “Se tu Pedro el negador, Pablo aquel perseguidor, blasfemo y cruel opresor, David el adultero, el ladrón que colgó sobre la cruz; en fin, se tú la persona que ha cometido los pecados de todos los hombres; por consiguiente, asegúrate de que pagues y des satisfacción por todo el pecado”. Entonces Dios ve únicamente sobre él, el pecado de toda la humanidad y lo lleva a la cruenta cruz, y por este medio, el mundo entero queda hecho justicia, y también librado de la muerte y todos los males. Por lo tanto todo aquel que recibe esta justicia es salvo.