“Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo” (2 Tesl3.5)
La paciencia es una de esas virtudes que se aprende solamente en el campo de batalla. Es decir, no hay manera de obtener, mantener, o ejercitar esta virtud sin que alguien o algo nos hagan “perder los estribos.”
Dios, por su lado, no es extraño a esta realidad, y por eso la Biblia emplea por lo menos dos palabras griegas diferentes para referirse a la paciencia, aunque se traducen igualmente como “paciencia” al español. La primera palabra es ὑπομονή (jupomone) la cual hace referencia a la capacidad para aguantar las circunstancias difíciles (Romanos 5.3 ). Y la segunda, es μακροθυμία (macrothumia) la cual hace referencia a la capacidad para aguantar a personas difíciles (2 Timoteo 4.2).
Es así, que la primera clase de paciencia soporta las circunstancias difíciles que nos trae la vida, mientras que la segunda soporta a las personas difíciles que nos trae la vida ¿Qué significa todo esto? Que Dios nos llama a cultivar la paciencia no solo con las cosas que nos pasan en la vida, sino también con la gente que nos rodea.
La verdad es que no sé qué es difícil, tener paciencia mientras busco trabajo y no lo encuentro, o aguantar a mi jefe para el cual trabajo. Lo único que sé, es que Dios me llama a tener paciencia en las dos circunstancias. Creo que finalmente en mi caminar con el Señor he llegado a entender, que cuando le pido a Dios que me de paciencia, estoy orando para que alguien o algo me lleve al límite de lo que realmente puedo aguantar.
Así que ¿Cuántas veces has orado para que Dios te de paciencia? ¿Una?, ¿dos? ¿Tres? ¿Cien? ¿Toda la vida? Es hora entonces de agradecerle a Dios por contestar nuestras oraciones, dejarnos de quejar por lo que estamos pasando, y empezar a ejercitar nuestra paciencia!