“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Génesis 2:24
Cuando una esposa le dice a su esposo, “deja nomás, yo mismo lo voy hacer”, él gustoso se hace a un lado. El problema con esto, es que ella siempre termina enojada cuando esto sucede. Y cuando él le pregunta “Pero ¿por qué te enojas si tú mismo me dijiste que me haga a un lado?”, ella le responde: “si no sabes por qué estoy enojada, entonces yo tampoco te lo voy a decir”. Son situaciones como estas las que confunden a todos los esposos. Pero esto es normal. Porque un hombre y una mujer son completamente diferentes.
Si yo como hombre, decidiera hoy que quiero ser una mujer, y entonces cambio todo mi aspecto físico, aún así no sería una mujer. Porque la feminidad de una mujer, va mucho más allá, y es más profunda que tan solo el aspecto físico. Esto es lo que hace un matrimonio tan complicado, él y ella son profunda y transcendentalmente diferentes desde su esencia. Y si ha esto le sumamos que los dos son unos perfectos pecadores, entonces las cosas se vuelven aun más difíciles.
Dios sabía esto, y por eso nos encomendó la tarea de volvernos “una sola carne” lo cual implica mucho trabajo. Hoy en día, por medio de las películas, música etc. se nos hace creer que si encontramos a nuestra “media naranja”, o a la persona de “nuestros sueños”, todo será perfecto. Esto es mentira. Dios por su lado, desde el comienzo nos dijo que debemos esforzarnos por llegar a ser “una sola carne”. Esto no es fácil, es muy complicado, pero los que se atreven hacerlo, experimentan un matrimonio exitoso. Un buen matrimonio entonces no esta formado de dos personas compatibles: es lo opuesto.
Un buen matrimonio está formado por dos personas incompatibles, y pecadoras, que han luchado y luchan constantemente, por volverse una sola carne, o por volverse compatibles.