“He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”. Lucas 2:10–11
En la navidad reconocemos, recordamos, y celebramos, el nacimiento de un niño sin igual. Un niño que cambiaría la historia de la humanidad. En las palabras del ensayo “El Cristo incomparable”. “[Hace más de dos mil años] existió un hombre que nació contrario a las leyes naturales de la vida. Este hombre vivió en la pobreza y fue criado en oscuridad. No viajó extensamente…No poseía ni influencia ni dinero. Sus familiares no eran prominentes y carecían de todo entrenamiento o de educación formal. Durante su infancia atemorizó a un rey; durante su niñez, impresionó a los doctores de la ley, ya siendo hombre dominó la naturaleza, caminó sobre las olas…sanó a las multitudes sin medicina, y no cobró por sus servicios. Nunca escribió un libro; sin embargo, los libros que se han escrito sobre él podrían llenar bibliotecas enteras. Nunca escribió una canción, sin embargo, ha provisto temas para más canciones que los que han producido todos los compositores juntos. Nunca fundó una universidad, pero todas las universidades y escuelas juntas no tiene más discípulos que él. Nunca dirigió un ejército o enlistó a un soldado, o disparó un arma de fuego; sin embargo, ningún líder ha tenido más voluntarios bajo sus órdenes…Cada séptimo día la actividad humana cesa y las multitudes van a adorarle. Los nombres de los grandes estadistas de Grecia y Roma florecieron y han quedado relegados al olvido. Pero [no así el nombre de Jesús]. Herodes no lo pudo destruir, y el sepulcro no lo pudo retener.
Él está sobre el mayor pináculo de la gloria celestial, proclamado por Dios, reconocido por los ángeles, adorado por santos y temido por los demonios… [ese es] nuestro SEÑOR Y SALVADOR”. Este niño entonces en verdad fue sin igual. Pero hay algo más. Este niño no es sin igual tan sólo por que nació, sino también porque al crecer, por medio de su vida muerte y resurrección, le dio a todo aquel que cree en él, la oportunidad de ser perdonado e ir al cielo. Gloria a Dios entonces, porque ese día en verdad “en la ciudad de David, nació un Salvador, CRISTO el Señor”. Un niño sin igual.