“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2.Cor. 5:21)
“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.” (Ro. 13:3,4)
Estos dos textos nos muestran las tareas específicas que tienen tanto la iglesia como el estado, tareas asignadas por Dios con la finalidad de que todos lleguen a experimentar una vida deleitosa en esta tierra y la seguridad de la vida eterna al partir de este mundo.
Como vemos en el texto referente al estado, Dios le delegó para que lleve la espada, con la finalidad de castigar al que hace lo malo creando de esta manera un ambiente de seguridad en donde los ciudadanos pueden caminar en libertad. Además al hacer bien su tarea, el estado lleva al ser humano a ser sensible a la ley de Dios y por lo tanto a buscar en la iglesia una conciencia limpia.
De la misma manera cuando la iglesia hace bien su tarea, cada miembro del cuerpo de Cristo (la iglesia) se constituyen en embajadores del mensaje de reconciliación, llevando a la gente a experimentar un verdadero cambio interior al recibir la salvación obrada por Cristo.
Pero si los roles se trastocan, entonces estos dos brazos de Dios en la tierra dejan de ser efectivos, por ejemplo: si el estado deja la espada (de castigar al que hace lo malo) y empieza a administrar la gracia de Dios, llegaremos a tener por un lado una sociedad de tanta inseguridad, y por el otro lado una sociedad donde los ciudadanos se realicen en sus pecados, como por ejemplo llegando a ver el aborto como una situación de salud y no de conciencia, o a la vagancia como una situación para reclamar equidad.