“Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá”. Marcos 5:22–23
Jairo era uno de los principales de la sinagoga. Esto significa que tenía posición económica, social, religiosa, y académica. Pero según vemos hoy, Jairo no sólo era todo esto, sino también padre de familia. Y es en esta última condición que se acerca a Jesús. Su hija estaba muriendo y no había ambulancias, grandes centros hospitalarios, ni doctores con PhDs en tantas especialidades para ayudar a su hija. Lo único que había (lo cual al mismo tiempo es lo mejor que siempre ha existido) es Jesús. Y Jairo sabía esto. Por eso llega a Jesús y lo primero que hace es postrarse ante él, y luego, rogarle que sane a su hija.
Estas dos acciones nos muestran algo en Jairo que ya no muchos tenemos cuando venimos a Dios: humildad. La posición económica, social, religiosa, e intelectual de Jairo queda a un lado, para caer rendido ante los pies de Jesús. En otras palabras, Jairo se vacía a sí mismo, de todo su orgullo, y se llena a sí mismo de humildad. Y es la humildad, no los títulos, la que hace que Jesús lo escuche y sane a su hija. Imagine qué hubiera sucedido si Jairo hubiese dicho: “oye tú, al que le dicen Jesús, el hacedor de milagros. ¿Sabes quién soy yo? soy Jairo. El principal de la sinagoga. Ven conmigo. Deja de estar charlando con estos pordioseros. Y apúrate que te necesito”. Lo que hubiese sucedido ese día, es que Jairo hubiera regresado solo a su casa, a ver una hija muerta. La Biblia es clara, Dios aborrece al orgulloso (Prov 6:16-17), pero ama y escucha a los humildes. Parte de la humildad es reconocer que no podemos solos, y que necesitamos de Dios. Que no fuimos creados para ser auto dependientes, sino dependientes de Dios. ¿Cuál de los dos eres tú?