“En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos…” (Hechos 9:20–21a)
Hay eventos en la vida que nos cambian y nos marcan para siempre. Hay hombres que antes de casarse, por ejemplo, viven como si fueran los generales de más alto rango. Hacen lo que les da la gana y son desordenados. Esto se refleja especialmente en sus cuartos que parecen zonas de guerra, llenos de paredes sucias, y cosas tiradas por todo lado. Sin embargo, una vez que estos hombres se casan, la vida cambia por completo. Ahora ELLA es el general que da las órdenes. Y es por eso ahora los cuartos son ordenados, están limpios, y han sido pintados de color rosado. El antiguo general, ha sido reducido al nivel de un simple conscripto. Como vemos entonces, hay eventos que realmente nos cambian la vida.
El versículo de hoy nos habla de un evento así. El apóstol Pablo había sido perseguidor de la iglesia. Como una fiera salvaje había querido acabar con el cristianismo. Pero un día un evento cambió su vida. Tuvo un encuentro con Jesús. Pablo cambió de tal manera, que la gente se quedaba “atónita” al verlo ahora. Pero ¿Qué de ti y de mí? Nosotros también profesamos haber tenido un encuentro con Jesús. ¿Puede entonces la gente vernos y decir “desde que él/ella se hizo cristiano, su vida a cambiado por completo”? Tristemente, la verdad es que al igual que hay hombres casados que siguen actuando como generales y siendo desordenados, hay también cristianos que siguen actuando como mundanos. Esto no debe ser así. Un verdadero matrimonio, al igual que el cristianismo requiere cambio de verdad. O si no, poco o nada va a durar, y va a impactar tu propia vida y la de los demás.