“Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán”. Génesis 12:4
En este versículo vemos como Abram obedece incondicionalmente. Dios le pide repentinamente que deje a su familia y se vaya a un lugar desconocido, y Abram lo hace. Pero Abram no es el único que hizo esto. Hubo otros. A Jeremías Dios le dijo: “Ve y cómprate un cinto de lino, y cíñelo sobre tus lomos, y no lo metas en agua”. A Isaías: “Ve y quita la ropa de luto de tus lomos, y las sandalias de tus pies. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo”. A Felipe: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino…desierto”. A Pedro: “vete al lago y echa el anzuelo. Saca el primer pez que pique; ábrele la boca y encontrarás una moneda”. A Ezequiel “acuéstate sobre tu lado derecho…[por] cuarenta días”.
Increíblemente, todos estos hombres obedecieron incondicionalmente a Dios aun cuando algunas de estas cosas no tenían mucho sentido. Pero gracias a esto, Dios no solo los bendijo a ellos, sino también a muchos más. Es fácil obedecer a Dios en cosas como “no matarás”, pero qué de lo demás. ¿Qué te está llamando hacer Dios, que no parece tener mucho sentido? ¿Perdonar a alguien? ¿Dejar a ese enamorado(a)? ¿Amar más a tu esposa? ¿Respetar más a tu esposo? ¿Poner la otra mejilla? ¿Tolerar más? ¿Dejar de chismear o ver pornografía? ¿No codiciar? ¿No temer? Etc. Abram y los demás profetas no fueron tontos al obedecer a Dios incondicionalmente. Tonto hubiese sido no hacerlo, ya que obediencia incondicional trae bendición no solo para uno mismo, sino también para los demás. ¿Qué eres entonces? ¿Un tonto desobediente? O ¿un hijo obediente?