Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; … Y nadie echa vino nuevo en odres viejos. (Mr.2:21)
El peor enemigo de lo mejor no es lo peor, sino lo bueno; de la misma manera el peor enemigo del cristianismo no es el paganismo, sino la religión, ya que la religión como lo dice este texto trata de remendar lo viejo, y más no crea algo nuevo. El cristianismo por el contrario ofrece nueva vida y, si no se evidencia la nueva vida en el cristiano es porque simplemente no ha nacido de nuevo.
La religión ve al ser humano como una criatura imperfecta que necesita mejorarse, en cambio el cristianismo ve al ser humano como un rebelde que debe deponer sus armas. Deponer sus armas, rendirse, pedir perdón, darse cuenta de que ha escogido el camino equivocado y disponerse a empezar nuevamente su vida desde el principio. Este proceso de sometimiento, de rendición es lo que los cristianos llamamos arrepentimiento. Y el arrepentimiento no es cosa de juego, es mucho más duro que comer el pan de la humillación, es desaprender la autosuficiencia y la autodeterminación en que hemos venido entrenándonos por miles de años. Es experimentar cierta clase de muerte como lo declaró Jesús: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (Jn. 12: 24). Y, por cierto, el arrepentimiento no es algo que yo puedo producir cuando lo deseo, porque la misma maldad que tengo me incapacita para poder hacerlo. Por lo tanto, como criaturas caídas necesitamos desesperadamente la AYUDA DE DIOS para hacerlo, y es por esto que Él continuamente nos está llamando al arrepentimiento a través de su gracia permisiva, esto es permitiendo que nos pasen cosas para buscarle. Muchos no pueden ver el corazón amoroso del Padre Celestial cuando permite que pasemos por circunstancias de dolor, pero son estas las que nos permiten buscarle y conocerle.