Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal. 2:20)
La religión ve al ser humano como una criatura imperfecta que necesita mejorarse, en cambio el cristianismo lo ve como un rebelde que debe rendirse y deponer su actitud autosuficiente, hasta permitir que Cristo sea el “capitán de su barco” y “el amo de su destino” tal como lo expresa Jesús en este pasaje. El dilema que tenemos aquí es: ¿Cómo el ser humano puede experimentar esta clase de muerte que se llama arrepentimiento, si la soberbia y el orgullo manejan su vida? La única alternativa para lograr el arrepentimiento es que Dios lo haga en nosotros, y es por esto que Dios se hizo hombre, para poder humillarse, sufrir y morir. Y al creer en Él la vida de Jesús se hace patente en nosotros, este creer nos lleva a contemplar el impacto de la cruz, en donde Dios puso el pecado de toda la raza humana sobre Su Hijo. Él le humilló hasta lo sumo y le puso en la vergüenza de la cruz como el sustituto de cada pecador sobre la tierra, como por ejemplo el sustituto de Pedro el cobarde y negador, de Pablo el perseguidor blasfemo y cruel opresor, de David el adultero y asesino, y el sustituto de cada ser humano que ha vivido, vive y vivirá en esta tierra. Por lo tanto, si tú crees que fuiste hecho justicia delante de Dios como Pedro o Pablo a través de la muerte de Jesús, entonces llagarás también a experimentar la nueva vida. (F-)