Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. (Mt.6: 9-13)
La oración es la respiración del alma. La necesitamos tanto, porque fuimos diseñados para relacionarnos con Dios. Y por ser tan necesaria, El Señor nos enseño detalladamente cómo hacerlo.
La primera cosa al dirigirnos a Él, es que tengamos el sentido de dignidad llamándole Padre. Si Dios es tu padre ¡imagínate quien eres tú!, nada menos que el hijo del Altísimo, de Aquel que esta sobre todo.
La oración es la respiración del alma.
En la segunda frase santificamos Su nombre, lo cual significa que reconocemos Su gloria excelsa y Su carácter santo.
Luego viene la primera petición. “Venga Tu Reino”, con lo cual estamos pidiendo que un nuevo orden se establesca aquí en la tierra. Un orden donde la confianza es el patrón de nuestras relaciones interpersonales, y el poner a la otra persona en primer lugar es lo común en nuestro vivir diario. Y al hacer esta petición estamos también pidiendo que los seres humanos lleguen a conocer el amor incondicional de Dios, revelado en Su hijo Jesucristo.
Luego pedimos que se haga Su voluntad como en el cielo. Pedimos esto por cuanto Su voluntad es perfecta, y solo si lo hacemos experimentaremos la dicha de la vida y la prosperidad. Luego si buscamos primeramente Su reino y hacemos Su voluntad, el pan vendrá como añadidura con tanta fidelidad que siempre estaremos satisfechos.
Jesús recibió nuestra culpa y condenación cuando decidió tomar sobre Si nuestros pecados, y de esta manera nos llevo a estar delante de Dios nuestro Padre completamente perdonados, y con la capacidad para perdonar a otros. ¡Qué maravilloso que podemos orar de esta manera!