“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” (Mt. 6: 5,6,7)
Para muchos orar no es más que una actividad religiosa que tienen que cumplir, y por lo tanto se vuelve una carga, más que un deleite. Y para otros como lo explica Jesús en este texto, orar es la oportunidad para vanagloriarse, para mostrar a los demás lo “santos que son”.
Pero en realidad orar es la experiencia más necesaria para la vida humana, es algo así como la respiración para el cuerpo, ya que sin respirar no podríamos vivir. De la misma manera tenemos que entender que fuimos creados no solo como seres materiales, sino especialmente como seres espirituales con un lugar central para Dios, y es por esto que orar se convierte en la respiración para el alma, ya que el centro de nuestra personalidad solo puede ser alimentado por Dios, y esto solo se consigue practicando la oración que Jesús nos enseña en éste texto.
Entonces orar es entrar en nuestro cuarto y cerrar la puerta, para estar en primer lugar a solas con nuestro Padre, luego estar quietos física y mentalmente para descubrir que nuestro Padre está allí en secreto. También nos instruye que no debemos llegar con oraciones fabricadas, o con vanas repeticiones, porque en verdad El conoce todas nuestras necesidades. Más bien lo que anhela Dios es tener una relación tan estrecha, que aunque no haya muchas palabras la sola presencia del Padre te satisfaga por completo.