“Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea [interna] más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Ésta sí que tiene mucho valor delante de Dios” (NVI). 1 Pedro 3.3–4
Como podemos ver en estos versículos el apóstol Pedro vivía en medio de una cultura intoxicada con la sensualidad y sexualidad, donde las mujeres eran valoradas mucho más por su belleza externa, que por sus virtudes internas. Tristemente, esto no es muy diferente a lo que nosotros vivimos el día de hoy. Armadas con este mismo pensamiento nuestras hijas, hermanas, amigas, madres, y esposas gastan millones de dólares en productos de belleza alrededor del mundo, tratando de lucir más “bellas” y más sexis cada año. Hacen ejercicio para verse extremadamente delgadas, se practican cirugías de la nariz, liposucciones, o incluso se ponen implantes. Todo esto les ayuda claro por algunos años, pero la edad nos llega a todos. Y con la edad y los años, es imposible mantener el estándar de belleza que el mundo les impone. El apóstol Pedro por su lado, el día de hoy nos recuerda que Dios no mira las cosas como nosotros las vemos. Para él la belleza de la mujer no depende de la condición externa, sino de la actitud interna. Claro, esto no significa que las mujeres no tienen que arreglarse o tratar de lucir bonitas, por supuesto que tienen que hacerlo. Lo que Pedro más bien enfatiza es que la belleza de la mujer esta principalmente en su carácter, y no en su figura, sus vestidos, o su peinado. ¿Eres hombre y quieres que tu esposa, hermana, o enamorada se ajusten a los estándares del mundo? ¿Eres mujer y quieres ajustarte a los estándares del mundo? Piénsalo dos veces. Al hacer esto no estas complaciendo a Dios, sino al mundo. Aprende a valorar, apreciar y admirar la belleza como Dios la ve. No como algo puramente externo, sino también (y sobre todo) como algo interno.