Cierto día entro Jesús en una sinagoga en la que había un hombre que tenia la mano “seca”, lo que significaba que su brazo y mano no tenían la motricidad, era algo parecido a un brazo con polio. Al mirarlo Jesús quiso que este hombre disfrute de la libertad de usar su brazo, por lo que le dio una orden diciéndole: “-Extiende tu mano-” Este hombre tenía de antemano el veredicto de la sinagoga, de que si colaboraba con Jesús seria excomulgado de la sinagoga, pero tenía también sus propias dudas de que si obedecía lo que Jesús le dijera, ¿podría suceder? Sin embargo con todo esto en su contra tomó la decisión de obedecer a Jesús y se atrevió a hacer algo que jamás podía hacerlo, esto es extender su mano, pero solo cuando lo hizo experimento el poder de Dios.
Durante Su vida terrenal Jesús enseñó que la obediencia a su palabra, tiene que venir primero antes de que podamos experimentar su poder. Pero mucha gente anhela lo contrario, es decir, que venga primero Dios y lo toque, para luego obedecerlo, pero no es así con Dios, El primero nos desafía a hacer algo concreto, y solo el resultado de la obediencia a Él, nos permite ver Su poder. Esto sucedió muchas veces en Palestina, como por ejemplo cuando los leprosos le pedían que les sanara, a lo que Jesús les respondió, que primero debían ir al templo para mostrarse a los sacerdotes, llevando la ofrenda para demostrarles que ya estaban limpios de la enfermedad. Ir al templo para estos leprosos significaba que ellos primeramente debían entrar al pueblo lo cual era prohibido para ellos, luego entrar al templo con la ofrenda y decir a los sacerdotes que les declaren limpios de la lepra. Sin embargo frente a todo esto, ellos decidieron obedecerlo, y cuando lo hicieron experimentaron en seguida Su poder, quedando limpios de la lepra.
De la misma manera, si nosotros queremos experimentar el poder de Dios debemos estar primeramente listos a obedecerle aunque nos parezca imposible.