“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.” (Jn. 7:17)
Hacer la voluntad de Dios y descubrir lo maravilloso de Su voluntad ha sido siempre la opción que ha tenido todo ser humano. La felicidad que Dios concibe para Sus criaturas es la felicidad de ser libres. Un mundo de autómatas —de criaturas que funcionasen como máquinas— apenas merecería ser creado.
Algunos creen que pueden imaginar una criatura que fuese libre, pero que no tuviera la posibilidad de equivocarse, pero se imaginan mal, ya que la libertad da la posibilidad de hacer lo bueno, como también de hacer lo malo. Y es el libre albedrío el que ha hecho posible el mal.
Debemos preguntarnos entonces: ¿Por qué, nos ha dado Dios el libre albedrío? Y la respuesta es: Porque el libre albedrío, aunque haga posible el mal, es también lo único que hace que el amor, la bondad o la alegría merezcan la pena tenerse. Por supuesto que Dios sabía lo que ocurriría si utilizaban mal su libertad, pero sin embargo a Él le pareció que es un precio que vale la pena pagar, arriesgándose a crear un mundo vivo en el que las criaturas pueden hacer auténtico bien, y en el que algo de auténtica importancia pueda suceder, en vez de un mundo de juguete que sólo se mueve cuando Él tira de los hilos.
El gran escritor Ingles C. S. Lewis tocante a esto nos dice: “Tal vez nos sintamos inclinados a disentir de Él. Pero hay una dificultad acerca de disentir de Dios. Él es la fuente de donde proviene todo nuestro poder razonador: nosotros no podríamos tener razón y Él estar equivocado del mismo modo que un arroyo no puede subir más alto que su propio manantial. Cuando argumentamos en Su contra, estamos argumentando en contra del poder que nos capacita para argumentar: es como cortar la rama del árbol en la que estamos sentados.”