Al ver a nuestro alrededor nos damos cuenta que el odio y la discriminación están a nuestras puertas; de igual forma el robo, la violencia, el bullying y los suicidios en las escuelas son parte de la realidad diaria de nuestro país. Y, a veces nos preguntamos, ¿Cómo es que llegamos a este punto?
La verdad es que todo empieza con cada uno de nosotros. Pensamos que podemos hacer y decir lo que nos venga en gana sin preocuparnos de afectar a los demás. Pero: ¿Cómo es que llegamos a pensar únicamente en nosotros y no en nuestro prójimo? Podemos describir este proceso en tres pasos: Primero, decidimos gobernar nuestras propias vidas como lo observamos en el capítulo 3 del libro de Génesis. Segundo, Santiago 1:14 lo describe muy bien al decir “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” Y tercero, nos convertimos en esclavos de nuestros propios deseos como dice Juan 8:34 “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”. Como seres humanos hemos llegado a ser esclavos de nuestros propios deseos malvados y fácilmente éstos nos han llevado a cometer todo acto de perversidad afectando a nuestro ser y a nuestro prójimo. Hemos llegado a engañar, excluir, pelear, matar, odiar, consumir sustancias indebidas, ser infieles y la lista puede seguir. Pero, gracias a Dios la historia no termina ahí, tenemos una gran esperanza. Juan 8:36 dice: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” Si rendimos nuestras vidas a Jesús, El romperá todo tipo de esclavitud y nos ayudará a ser libres de nuestra naturaleza pecaminosa.