«Dos son los pecados que ha cometido mi pueblo: Me han abandonado a mí, fuente de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. ¿Acaso es Israel un esclavo? ¿Nació en la esclavitud? ¿Por qué entonces lo saquean? «Jer. 2:13-14)
¡Tiene que sucedernos algo! ¡No se puede seguir así! ¡El país no aguanta más! Con estas y otras expresiones se manifestaba el clamor generalizado de los ecuatorianos hace 12 años, por cuanto vivíamos en una gran inestabilidad moral, económica y política. Sin embargo hoy, ese clamor generalizado continúa con la única diferencia del cambio de expresiones: ¡Esto debe terminar! ¡No se puede confiar en nadie!, etc.
En verdad la historia de desesperanza se repite continuamente cuando buscamos la salida a las crisis sin tener en cuenta a Dios, tal como lo vemos en este texto. La nación de Judá en el tiempo del profeta Jeremías abandonaron a Dios y se dedicaron a la idolatría, y después de esto pensaron que lo único que necesitaban era una buena economía, por lo que llegaron a la trágica situación que se revela en el siguiente párrafo: “Desde el más pequeño hasta el más grande, todos codician ganancias injustas desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño” (Jer. 6:13). Cuando una nación abandona a Dios y tiene como fuente de la moralidad los deseos del hombre; la codicia y la injusticia campea en ricos y en pobres, llegando a tener una sociedad donde todos practican el engaño. Por lo tanto no importa quién tiene el poder político, todos en un momento van a pervertirse, porque la ley no tiene tras de sí a alguien digno de reverencia como lo es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.