La tragedia más grande para el ser humano no es la muerte, sino la vida sin propósito.
Un escritor cuenta lo siguiente: “En una conversación que tuve con un antiguo compañero, le pregunté, ¿Qué haces ahora? Él me respondió con muchas palabras, pero en esencia me dijo: “Yo trabajo”, entonces le pregunté por qué estaba en ese tipo de trabajo y él me respondió, “porque pagan bien”, ¿Pero por qué es el dinero tan importante? Le pregunté. ¡Porque tengo que vivir!, me dijo mientras me contaba acerca de los pagos de su casa, y de su carro y lo que gastaba en la educación de los hijos y recreación familiar.
Pero luego le hice la pregunta crucial: ¿Para qué vives? Después de una pausa me salió con la típica respuesta, “Pues creo que para trabajar” Con esta respuesta había regresado al punto de partida: su vida consistía en ir a trabajar, recoger un cheque que, luego, lo gastaba; y para lograr esto requería levantarse cada mañana para así tener otro cheque. ¡Esto seguiría hasta que llegue aquella mañana en la que ya no se presentaría a trabajar!”
A muchos no les ha acontecido todavía esto, pero llegará el día en que no se presenten a trabajar, para entonces sus vidas deberían estar relacionadas con una realidad más grande, a fin de que tengan un significado final. Si después de su muerte este amigo pudiera mirar su vida en retrospectiva, probablemente se preguntaría: ¿Y cuál fue el propósito de mi vida?
Antiguamente cada niño que crecía tenía un padre, una familia y un futuro, las personas sabían quiénes eran y a donde iban. Hoy las nuevas generaciones aunque llegan a tener 50 años siguen tratando de encontrar lo que quieren hacer “cuando crezcan”. Los padres hoy en día, están afanosos de que sus hijos encuentren una profesión bien remunerada, en lugar de llevarles a buscar el propósito para el que fueron diseñados.