“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria de Dios…” (Ro. 1:21-23)
Francis Bacon, escritor ingles del siglo XVII es el autor de la frase célebre: “Un poquito de ciencia aleja al hombre de Dios, mucha ciencia lo vuelve a acercar a Dios”. La metodología científica siempre proclamó y proclama que encuentra su lugar donde las teorías son sujetas a pruebas rigurosas, y está ausente cuando se pretende proteger la teoría al no someterlo al ensayo. Por lo tanto si muchos científicos no hubieran tenido esa avidez de hacer verdadera a toda costa su teoría, sino que, hubieran estado al servicio de la ciencia, no se hubiera hecho tanto daño al pensamiento científico moderno el cual carece de debate y de imparcialidad. Es por esto que en las universidades la única verdad que queda, es el naturalismo filosófico el mismo que proclama que, únicamente las explicaciones naturalistas reúnen las condiciones para ser ciencia.
Porque es razonable suponer por ejemplo que si la evolución fuese enseñada en los centros educativos, como lo que verdaderamente es, una aglomeración de ideas compuestas, de hipótesis en conflicto y no como una certidumbre indudable, entonces no sería dañina. Pero la Literatura Darwinista sigue presentando al mundo como un hecho probado el “hecho de la evolución”, y como implicaciones lógicas de la ciencia. Por lo tanto, ésta realidad no científica está trayendo implicaciones que van desde la carencia de debate en los centros educativos, hasta la perdida de la ética en todo el ámbito social. Es que las ideas tienen consecuencias, porque si somos el resultado de un proceso evolutivo, entonces la ética también lo está y nos quedamos al vaivén de quien impone lo que es correcto e incorrecto.