Vino para empezar su reino.

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“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.

Sus ojos eran como llama de fuego, …  De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones,… y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.” (Ap. 19:11-16)

 

Muy pocos asocian al niño del pesebre con el Rey de reyes que vino a salvar para iniciar su reinado eterno. En su primera venida el Señor Jesús vino como Rey de Paz, tal como los ángeles cantaron “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz”, luego antes de su muerte entro en Jerusalén montado en un asno, tal como solían hacer los reyes de su tiempo cuando venían en son de paz. Sin embargo en su segunda venida entrará, tal como el texto de hoy lo indica, montado en un caballo blanco para pelear contra sus adversarios y derrotarlos.

Jesús hoy se encuentra en el trono de Dios nuevamente, desde donde vela noche y día por su iglesia, para no perder a nadie de los que han creído en su nombre. Y está aguardando hasta que su Padre le diga que es el tiempo de instaurar Su reino, previo al juzgamiento de vivos y muertos.

El texto de hoy nos habla de ese momento histórico, cuando se cumple el tiempo para su segunda venida, donde el cielo se abre y el Hijo del Hombre aparece montado en un caballo blanco con un aspecto imponente, con ojos como llama de fuego y con una espada que sale de Su boca, listo para pelear y hacer juicio a las naciones, destruyendo a todos los que han deshonrado su nombre.

El nombre tremendo con el que hace su aparición es: Rey de Reyes y Señor de Señores, contra Quien ni todos los reyes de la tierra juntos pueden nada (Ap. 19: 17-21). Por lo tanto, ya que todavía nos encontramos en el tiempo de su gracia, es urgente que honremos Su nombre reconociéndole como el Señor, Salvador y Rey y no le neguemos en nuestro obstinado orgullo.