“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” Romanos 1:1
El apóstol Pablo fue un hombre excepcional en muchos ámbitos. Por ejemplo, fue un gran intelectual, un experto en la literatura del Antiguo Testamento, y un erudito en cultura griega, romana y judía, por mencionar algunas cosas. Sin embargo, en el versículo de hoy Pablo nos dice que era también algo más, un siervo. Esta es una manera muy interesante de identificarse, porque la palabra “siervo” en griego, (que es el idioma en que Pablo escribió originalmente) quiere decir “esclavo”. Y un esclavo, como todos sabemos, es aquel que está siempre bajo la autoridad de su amo. Es alguien que no come, duerme, habla, se mueve, viene o va, sin que su amo lo autorice. Es alguien que en resumidas cuentas vive para complacer a su amo, y no para complacerse a sí mismo. Esto es algo que hoy nosotros también debemos recordar. Que no somos amos, somos siervos. Que aunque el mundo nos quiera hacer creer que podemos hacer lo que queramos con nosotros mismos porque es “nuestra vida”, la verdad es que nos debemos, y le pertenecemos a alguien más. Hoy es un bien día para entender que en la vida hay tan solo un amo, y ese no soy yo, es Dios. Pero también hay algo más que debemos entender aquí, que solamente cuando comencemos a complacer a nuestro amo, encontraremos que nosotros también nos sentimos complacidos. ¿Cómo puede ser esto? Porque para esto fuimos creados, para servir y obedecer a Dios. Esta es la razón por la cual un padre, esposo, o amigo nunca encontrará propósito, significado y satisfacción en ser todas estas cosas, hasta que no trate de hacer un padre, esposo o vecino de acuerdo a como Dios quiere. Fuimos creados para servir a Dios, y nunca encontraremos satisfacción en lo que hacemos, hasta que no dejemos de hacer nuestra voluntad, y comencemos hacer la suya. Ocupa tu lugar, no eres amo, eres esclavo.