Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo;
tú me formaste en el vientre de mi madre.
Te alabo porque estoy maravillado,
porque es maravilloso lo que has hecho.
¡De ello estoy bien convencido! (Sal. 139: 13,14)
La sociedad actual mira a la violencia como en el ártico los marineros ven la punta del iceberg, con una gran diferencia al observarlo. Mientras que los marineros saben que debajo del agua subyace una masa gigantesca de hielo, que de no considerarlo traería grandes consecuencias. En cambio la sociedad actual piensa que la violencia es únicamente lo que se ve sobre la superficie, y por lo tanto levantan programas y proyectos para “rebanar la punta del Iceberg”. Estos proyectos están encaminados a atacar con toda severidad a los culpables presentes pensando que allí radica toda la violencia. Por ejemplo en la última década las instituciones públicas creen que han identificado con claridad a un culpable común: El hombre como el causante principal de toda violencia.
Sin embargo si queremos erradicar un mal como este, debemos mirar con objetividad los orígenes del mismo. Entonces la pregunta que debemos plantearnos es: ¿Por qué hay más violencia hoy que en el pasado? Y por supuesto que encontraremos que en el pasado los infantes disfrutaban de más tiempo con sus madres. Un infante al tener a su madre todo el tiempo, especialmente en los dos primeros años, no sufría de las grandes heridas que recibe actualmente. Para entender esto es necesario saber que toda criatura que llega a este mundo, su primera necesidad es de seguridad emocional, por lo tanto tiene sed de aceptación y de pertenencia: y es su madre la que le nutre de esta necesidad por su permanencia a su lado, y es solo ella la que puede satisfacer esta necesidad, debido a que el infante está vinculado a ella desde el vientre. La ciencia moderna ha demostrado los daños cerebrales que tiene el recién nacido causado por las heridas que sufre al separarse de su madre, heridas que perduraran por el resto de su vida si no llegan a ser curadas. No debe de sorprendernos que los violentos modernos recibieron heridas en su infancia que los volvieron evasivos, inseguros, ambivalentes y desorganizados en su personalidad.