“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Romanos 5:8
John Newton dijo una vez, “Aunque la memoria me falla debido a la vejez, siempre recuerdo por lo menos dos cosas, que soy un gran pecador, pero que en Cristo tengo a un gran Salvador.” Es fácil para cada uno de nosotros buscar pecadores entres los demás. Los políticos y los abogados por ejemplo, son personas a los que generalmente se los critica por ser deshonestos y estar llenos de corrupción. Sin embargo, pensar así, sería pensar erróneamente. Porque si algo sabemos es que el pecado no tiene que ver con las profesiones que tengamos, sino que es un problema del corazón humano. Y es por eso que aun entre las profesiones que consideraríamos incluso más nobles y humildes, encontramos pecado. Lo encontramos en los políticos y a los abogados sí, pero también lo encontramos en el barrendero, los doctores, los pastores, el vendedor del mercado, los curas, los profesores, las monjas y el Papa. El pecado no es un problema de algunos, es el problema de todos. Y esto, es lo que precisamente nos recuerda el versículo de hoy. Que aun cuando todos éramos (y somos pecadores), Cristo vino a morir por todos nosotros. Tengamos cuidado entonces, con estar apuntando a los demás como si Cristo hubiese muerto solo por ellos y no por nosotros. No es un buen hábito andar buscando el pecado entre los demás, pero no en nuestro propio corazón. Hacer esto de hecho sería caer en pecado de orgullo. Hay ocasiones en la que uno debe denunciar el pecado y la corrupción, pero eso lo hacemos siempre teniendo en cuenta dos cosas: Primero, sabiendo que nosotros también somos pecadores. Y segundo, teniendo en cuenta, como dijo John Newton, que aunque somos grandes pecadores, en Cristo hemos encontrado un gran Salvador