El más grande de los pecados.

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El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; (Lc. 18:11)

Muchos piensan que el centro de la moralidad cristiana se encuentra en la sexualidad, sin embargo los pecados de la carne son malos; pero comparados con los placeres que son puramente espirituales, en verdad son los menos malos. Cuando digo placeres espirituales me refiero a cosas como: Al placer de dejar a alguien en ridículo, el placer de dominar, de tratar con desprecio, de denigrar; el placer del poder y del odio; y estos placeres tienen un nombre. En verdad es un vicio del que ningún hombre del mundo está libre, pero que al mismo tiempo detestan cuando lo ven en los demás y del que apenas muy pocos imaginan ser culpables. Para verlo más claramente este vicio, puedo decir que muchos llegan a admitir que tienen mal carácter, o que no pueden abstenerse de las mujeres, o de la bebida, e incluso que son cobardes; pero que jamás, aparte de los auténticos cristianos han llegado a admitir que tienen este mal. Y lo curioso es que cuando más tenemos este mal en nosotros, más nos disgusta ver en los demás.

Jesús ataco este mal en los hombres con toda contundencia al llamarles “sepulcros blanqueados”, y es por esto que el cristianismo lo ubica como la simiente de todo mal, y lo más terrible de todo. El vicio al que me refiero es EL ORGULLO. La falta de castidad, la ira, la codicia, la ebriedad son meros pecadillos comparados con el orgullo. Fue a través del orgullo que el demonio se convirtió en demonio. El hecho es que el orgullo de cada persona está continuamente en competencia con el orgullo de todos los demás. C.S. Lewis lo dice de esta manera: “El orgullo es competitivo por su naturaleza misma, mientras que los demás vicios son competitivos por accidente”. Decimos que la gente está orgullosa de ser rica, o inteligente, o guapa, pero no es así, ya que en verdad lo que pasa es que están orgullosos de ser más ricos, más inteligentes o más guapos que los demás.