“Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca”. (Colosenses 3:8)
¿Qué dice la gente de ti cuando te ve? Bátalo, Bátalo lo llamaba la gente a Demóstenes, un tartamudo que quería llegar a ser un gran orador. Antes de alcanzar el éxito con su elocuencia, y convertirse en el más grande orador del mundo antiguo sin embargo, las leyendas nos cuentan que Demóstenes tuvo que corregir algunas de sus deficiencias. ¿Cómo lo hizo? Primero, comenzó por afeitarse la cabeza, para así poder resistir la tentación de salir a las calles y tratar de hablar con los demás. Segundo, para mejorar el timbre y la potencia de su voz, diariamente iba por la orilla del mar gritándole al sol, tratando de que su voz se oiga por sobre el estruendo de las olas. Tercero, por la noche se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo afilado entre los dientes, para así forzarse a sí mismo hablar sin tartamudear que era por lo que la gente más lo notaba y por eso lo llamaban Bátalo, que significa martillador. Cuarto, se paraba durante horas frente al espejo para así poder mejorar su postura y sus gestos al hablar. Finalmente, trabajó arduamente dedicando innumerables horas a estudiar y aprender cómo elaborar discursos, con argumentos precisos. Todo esto hizo que con el tiempo Demóstenes llegara a ser el más grande orador del mundo antiguo. ¿Qué dice la gente de ti cuando te ve? “Allí va fulano el…” Pablo nos dice en el versículo de arriba que debemos dejar la “ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca”. Tal vez la gente nos conoce por ser cascarrabias, o por nuestras palabras groseras, o nuestra malicia etc. ¿no sería mejor que nos conozcan por ser más como nuestro Señor Jesús? Al igual que Demóstenes todavía tenemos algunas cosas que corregir, cosas que no se corrigen solas, sino solo con trabajo cuidadoso y gran esfuerzo. Algunas veces es verdad que no nos debe importar lo que la gente diga, pero en otras ocasiones, la gente solo está describiéndonos, como realmente somos.