“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.” Apocalipsis 21: 1-3
Somos seres eternos, fuimos diseñados para la eternidad. Un imperio no es eterno, una nación no es eterna, pero un individuo si lo es; es por eso que el ser humano es más grande que una institución humana.
No hay una “chulla vida” sino una vida eterna por experimentar.
Dios nos creo para experimentar la vida, y la vida es mucho más que existencia; mucho más que respirar, hablar, movilizarse y sentir placer momentáneo. La vida verdadera se caracteriza por el gozo (deleite) y paz profunda que brotan de un corazón engendrado por el Espíritu de Dios. A través de la redención obrada por nuestro Señor Jesucristo, Dios saco a la luz la vida y la inmortalidad, y los que hemos experimentado su redención, aun en este mundo caído podemos experimentar este gozo y paz profunda como un anticipo de lo que experimentaremos por la eternidad en el reino que El Hijo de Dios está preparando para sus seguidores.
Pero: ¿Es real el cielo? si este no fuera real, toda la historia de la salvación carecería de sentido, toda la “locura” de Dios al entregarnos a Su Hijo unigénito, toda la inflamación de su amor al entregarnos el todo por el todo, en un perfecto y único plan de rescate por la humanidad no tendría explicación. Pero el cielo es real por cuanto Jesús venció la muerte y ascendió a Su Padre para enviarnos Su Espíritu quien nos reveló los detalles de Su reino y nos aseguró que vendrá para instaurar el mismo. Por lo tanto no hay una “chulla vida” sino una vida eterna por experimentar.