Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis. Juan 5: 19-20
Así como un niño confía en su padre, así eran al principio nuestros primeros padres, quienes confiaban plenamente en Dios. Fuimos creados para funcionar con Dios, de la misma manera como un carro fue hecho para funcionar con combustible. Adán y Eva seguían la voluntad de Dios que se trasmitía a través de sus corazones. Y por ello siempre se deleitaban en hacer su voluntad, hasta que la serpiente le dijo que ellos no deben depender de Dios, sino que son capaces de manejar su propia vida, de crear su propia felicidad aparte de él. Y fue de esta manera que nos volvimos esclavos de nuestro ego. Dando como resultado toda la corrupción que hay en el mundo.
Fuimos creados para funcionar con Dios.
Es por esto que Jesús vino para mostrarnos como volver hacia atrás, hacia la dependencia gozosa en Dios. Primeramente Jesús aquí en la tierra, nos mostró como se deleitaba en hacer la voluntad de su padre cuando nos dice que el Hijo se deleita en hacer la voluntad de su padre, o como en aquella ocasión en la que su madre le pide que resuelva el problema de la falta de vino en las fiestas de bodas, él le responde que está bajo la autoridad de su Padre en el cielo y no de la suya propia. En segundo lugar Jesús vino a mostrar al hombre cuales son las consecuencias de jugar al papel de Dios, y estas consecuencias se vieron claramente en el tormento de la cruz, al recibir el castigo sobre nuestros pecados.
Siendo conscientes de todo esto es que podemos decir, “ya no quiero dirigir mi vida, dirígela Tu Señor”