El evangelista de la gracia de Dios. (Segunda parte)
El terror a lo sagrado le vino como un segundo rayo al celebrar su primera misa, cuando llego a las palabras con las que se ofrece la eucaristía: “Te ofrecemos al Dios vivo, eterno y verdadero” Lutero quedó consternado y transido de terror, por lo que pensó dentro de sí: “¿Con qué lengua me dirigiré a tal majestad, viendo que todos los hombres tiemblan aún en presencia de un príncipe terreno? ¿Quién soy yo para elevar mis ojos a la divina Majestad?
En 1510 es enviado a Roma por asuntos de su orden, viaje que realiza con alegría, pero del que vuelve desilusionado por la degradación del papado renacentista. En 1512 logra su doctorado en Sagrada Escritura y al año siguiente comienza en Wittenberg sus conferencias sobre los Salmos. Al terminar 1515 da conferencias sobre Romanos, y es a través de estos años de profesorado y de estudio de la Biblia que se desarrolla en él una tremenda lucha espiritual que, por la gracia de Dios, culmina en el encuentro personal con Cristo a través de la salvación por la fe sola (sola fide). Su pregunta era: ¿Por qué sufría Cristo si era justo? Y la respuesta surgió de la misma Escritura: Cristo tomó sobre sí el pecado, la iniquidad de todos nosotros. Y en Cristo, el Dios de ira se revela como Dios de misericordia. Y el único requisito humano es creer que Dios estaba en cristo salvándonos. Lutero mismo lo expresó así:
Con ardiente anhelo ansiaba comprender la Epístolas de Pablo a los Romanos y sólo me lo impedía una expresión: “la justicia de Dios”, pues la interpretaba como aquella justicia por la cual Dios es justo y obra justamente al castigar al injusto. Reflexioné noche y día hasta que vi la relación entre la “justicia de Dios” y la afirmación de Pablo que “el justo vivirá por la fe”. Comprendí entonces que la “justicia de Dios” es aquella por la cual Dios nos hace justos por su pura gracia y misericordia. Desde entonces me sentí como renacido y como si hubiera entrado al paraíso por puertas abiertas de par en par. – (F)