Creados para funcionar con Dios.

publicado en: Blog | 0

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Jn. 1: 12,13)

La felicidad que Dios concibió para Sus criaturas es la que proviene de estar libres y voluntariamente unidas a Él, como lo fue al principio en el huerto de Edén para Adán y Eva. Sin embargo este estado de cosas se termino cuando Satanás puso en sus mentes la idea de que podían «ser como dioses», que podían desenvolverse por sí solos como si se hubieran creado a sí mismos, de ser sus propios amos, de inventar una suerte de felicidad para sí mismos aparte de Dios. Y de este desesperado intento ha salido casi todo lo que llamamos historia humana —el dinero, la pobreza, la ambición, la guerra, la prostitución, las clases, los imperios, la esclavitud—, la larga y terrible historia del hombre intentando encontrar felicidad aparte de Dios.

Pero la razón por la cual este intento no pudo salir bien es que Dios nos hizo para funcionar con El, nos inventó del mismo modo que un hombre inventa una máquina, por ejemplo: Un carro está hecho para funcionar con gasolina, y no funcionaría adecuadamente con ninguna otra cosa. De la misma manera el combustible con el que funciona el espíritu humano, la comida que necesita constantemente, es Dios. Esta es la razón por la que no sirve de nada pedirle a Dios que nos haga felices a nuestra manera. Dios no puede darnos ni paz, ni felicidad sin Él, no existen tales cosa sin Él.

Y esta es la clave de la historia. Se gasta una tremenda energía, se construyen civilizaciones, se edifican excelentes instituciones, pero cada vez algo sale mal. Algún defecto fatal acaba por llevar a la cima a las gentes crueles y egoístas y todo se desploma en la miseria y en la ruina. De hecho, la máquina se rompe. Parece empezar bien, consigue avanzar unos cuantos metros, y luego se rompe. Porque intentan que funcione con el combustible equivocado. (Adaptado del libro Mero Cristianismo)