En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas,… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (Jn. 1:1,2,3,9,14)
En el versículo 14 del texto que precede, Juan nos dice que el Verbo se hizo carne, mostrándonos claramente a Jesús El Hijo de Dios. Y a la luz de éste versículo podemos entender todo lo que antecede:
«En el principio era el Verbo” nos muestra su eternidad, Jesús no tenía principio en sí mismo; cuando las demás cosas comenzaron, él ya era. Y luego: «Y el Verbo era Dios» nos muestra la deidad de Jesús, si bien distinto del Padre en persona, no es una criatura; es divino como lo es el Padre. Y al expresar: «Todas las cosas por él fueron hechas» nos muestra que El es el agente del Padre para crear todo lo que ha sido hecho. Y finalmente cuando dice: «Y aquel Verbo fue hecho carne» nos muestra claramente que el niño en el pesebre de Belén era nada menos que Dios hecho hombre, El Verbo se había hecho carne: un ser humano real y verdadero. No había dejado de ser Dios; ni era menos Dios que antes. No era ahora Dios menos algunos elementos de su deidad, sino Dios más todo lo que había hecho suyo al tomar sobre sí la humanidad.
Aquel que había hecho al hombre estaba ahora probando lo que era ser hombre. Aquel que hizo al ángel que se convirtió en diablo se encontraba ahora en un estado en que podía ser tentado, más aun, no podía evitar el ser tentado por el diablo; la perfección de su vida humana la logró luchando contra el sistema de este mundo caído. Es por esto que la epístola a los Hebreos nos dice que: «Debía ser en todo semejante a sus hermanos… pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.»