…con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. (Ro. 3:26)
Hace 499 años, el 31 de Octubre de 1517, Martin Lutero expone las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo en Wittenberg (Alemania) con el que se da inicio al movimiento conocido como la Reforma protestante. Desde entonces los reformadores empezaron a sacar a la luz la verdadera naturaleza del evangelio.
El evangelio es “las buenas nuevas” de que Dios ha cumplido las exigencias de la ley por todos los hombres en la persona de Su Hijo. Al morir bajo la condenación de la ley, Cristo rindió a la santa ley de Dios el más alto honor. Cuando las huestes angélicas vieron al Hijo de Dios rendir su vida de valor infinito en el tormento de la cruz, todas, a una, alabaron la grandeza de la ley de Dios.
El principio universal nos muestra que la retribución por el pecado es la muerte eterna, y para librarse de ésta el hombre tendría que presentarse justo ante Dios. Pero tal justicia es imposible para una criatura finita, solo una vida de valor infinito podría satisfacer la altura de la santidad de Dios. No, ni los sufrimientos, ni la muerte de un ángel podrían expiar por un solo pecado; mucho menos los sufrimientos y la muerte del hombre corrompido. Es por esto que el dador mismo de la ley vino a este mundo para rendir esa perfecta obediencia en favor de los hombres.
Lo que la naturaleza del evangelio reveló en el tiempo de la reforma a más de la salvación del hombre, es la santidad de Dios. En la cruz del calvario Dios reveló que El sigue siendo Justo, y a la vez, el Justificador de aquel que cree en Jesús. El objetivo principal de la expiación es que la ley y el gobierno divino puedan permanecer. En otras palabras, Dios no tan solo estaba salvando a los hombres perdidos; sino también asegurando a todo el universo. No tan solo estaba justificando al pecador, sino también justificando su propia ley y gobierno.