Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. (1Cor. 15: 3-8)
Todos se preguntan: ¿Qué será de nosotros después de la muerte? Jesús enseñó que la vida no termina después que nuestro cuerpo muere, es por eso que El antes de morir, hizo esta afirmación sorprendente: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”
El ateo Bertrand Russell escribió en el año 1925, “Yo creo que cuando me muera me pudriré, y nada de lo consciente quedara”. Si Russel tenía razón, entonces la vida terrenal se convierte en un chiste de mal gusto, ya que si una creación tan maravillosa y compleja como es el ser humano sirve solo para una existencia de 70 u 80 años, muestra que alguien está jugando. Pero al otro lado tenemos una tremenda evidencia de tantos testigos oculares como se muestra en el texto histórico de hoy; testigos que no solamente afirmaron, sino que sus vidas fueron trasformadas por este evento sin precedentes de la resurrección. Tal es el caso del apóstol Pedro quien unos días antes cobardemente negó a su Señor, pero que sin embargo después de su encuentro con El resucitado ya no tenía ese pánico a la muerte, por cuanto le vemos durmiendo en una cárcel plácidamente, aun sabiendo que al día siguiente será ejecutado.
Es por este enfrentarse a la muerte y vencerlo que Jesús tiene las respuestas al sentido de la vida, por lo tanto nadie debe relegar este evento trascendente únicamente al domingo de Resurrección.