¿Quién decide lo que es correcto o incorrecto? (Parte 3)

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¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?… Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, más a mí no siempre me tendréis. (Jn. 12: 5,8)

Como lo mencioné en el artículo anterior, el humanismo al proclamar que el hombre es el juez absoluto del bien y del mal, puso los cimientos del relativismo moral, en donde cada principio absoluto queda reducido a una preferencia personal. Y estos cimientos del relativismo moral fueron más tarde apuntalados por las doctrinas conocidas como: El multiculturalismo, el pragmatismo (doctrinas que ya fueron tratadas en los artículos anteriores) y el utopismo.

El Utopismo, entre sus características principales no considera el pecado y la depravación del hombre como reales, por lo tanto ha buscado explicar el pecado como resultado de la ignorancia, pobreza y demás condiciones sociales negativas, y es por esto que el utopismo proclama que únicamente creando las estructuras sociales y económicas correctas se puede alcanzar una era de plena armonía y prosperidad.

Sin embargo al presente vemos que países en los cuales se ha aplicado esta filosofía, terminan en el desencanto preguntándose: ¿Qué hicimos mal?, ¿Porque después de aplicar con tanta vehemencia este modelo seguimos viendo la desigualdad?, y ¿Porque los ricos egoístas de hoy son los que eran pobres ayer? Trasímaco decía: “La justicia es lo que conviene al más fuerte.” Por lo tanto en una nación cuyo fundamento es el utopismo, el que decide lo que es correcto es el que tiene el poder. Entonces en vez de tratar a los seres humanos como agentes morales con deberes y responsabilidades, se les trata como objetos a ser moldeados y manipulados. Con esta perspectiva se aumenta el control del gobierno, mientras que gradualmente se agota en los ciudadanos la responsabilidad moral, la iniciativa económica y la prudencia personal.

Negar la realidad del pecado y la responsabilidad personal, vuelve incomprensible todo, y es por esto que el cristianismo nunca puede dar apoyo a proyectos utopistas que predican que se puede construir el cielo en la tierra, sin contemplar la realidad del pecado.