Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos,
Porque con ellos me has vivificado. (Sal. 119: 92)
Estamos viviendo en una sociedad de tantos cambios morales que nos sorprenden día a día. En nuestro país también se está desarrollando una cultura en la cual los valores cristianos se reducen a una simple opinión, y donde ya no existe un camino definido de moralidad, sino un camino ambiguo que no incentiva al individuo a luchar por la integridad. Pero éste viraje cultural no es el resultado de esta sociedad posmoderna, sino es el fruto de ideas sembradas desde el pasado.
Durante el renacimiento y más tarde durante la “edad de la razón”, surgió la doctrina llamada humanismo, en la cual el hombre se constituye en el juez absoluto del bien y del mal, poniéndose de esta manera los cimientos del relativismo moral, en donde cada principio absoluto queda reducido a una preferencia personal.
Ahora bien los cimientos del relativismo moral fueron más tarde apuntalados por las doctrinas conocidas como: El multiculturalismo, el pragmatismo y el utopismo.
Pero, ¿Qué es el multiculturalismo? Es la doctrina que sostiene que todas las culturas son equivalentes en el aspecto moral, y que todas sus creencias y comportamientos son igualmente válidas. Cabe indicar que el multiculturalismo no tiene que ver por el gusto por las culturas folclóricas, sino que es la disolución del individuo en el grupo tribal, en donde solo existe la perspectiva del grupo sea este de: indígenas, afro americano, mujeres u homosexuales.
Frente a esto debemos preguntarnos: ¿Se puede equiparar los principios trascendentes con la perspectiva limitada de un grupo? En consecuencia, si bien apreciamos la diversidad cultural, insistimos en que es correcto juzgar prácticas culturales específicas como moralmente buenas o malas, y es correcto jusgar no con el estándar de nuestra cultura sino con la ley moral que no apareció como una invención humana, sino como revelación de Dios.