Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Heb.4:15)
En primer lugar el niño que nació en Belén era el Hijo de Dios, tal como lo expresa invariablemente la teología cristiana, Dios Hijo. El apóstol Juan en su evangelio lo dice claramente que El, era El Hijo, no un Hijo, y esto lo dice con el fin de asegurarse de que sus lectores comprendan cabalmente el carácter único de Jesús, es decir “el unigénito Hijo de Dios» (véase Juan 1: 14,18; 3:16,18). Consiguientemente, la iglesia cristiana confiesa: «Creo en Dios Padre… y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor…».
El misterio de la encarnación no ha sido formulado nunca mejor que en las palabras del Credo de Atanasio. «Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre;… perfecto Dios, y perfecto hombre: … el que si bien es Dios y hombre: sin embargo no es dos, sino un Cristo; uno, no por la conversión de la Deidad en carne: sino al tomar de la humanidad e incorporarla en Dios.»
J. I. Packer lo dice así: “El Unigénito se había hecho carne: un ser humano real y verdadero. No había dejado de ser Dios; ni era menos Dios ahora que antes. No era ahora Dios desprovisto de algunos elementos de su deidad, sino Dios más todo lo que había hecho suyo al tomar sobre sí la humanidad. Aquel que había hecho al hombre estaba ahora probando lo que era ser hombre. Aquel que hizo al ángel que se convirtió en diablo se encontraba ahora en un estado en que podía ser tentado – más aun, no podía evitar el ser tentado”.
Para ser capaz de cargar con el pecado de toda la humanidad Jesús, El Hijo de Dios debía de ser semejante en todo a nosotros, tal como lo dice el texto con el que inicio el articulo.