“Conozco a todas las aves de los montes, Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud”. Salmo 50.11–12
Este es uno de esos salmos que hiere directamente nuestro ego, porque nos recuerda que nada es realmente nuestro, sino que todo es de Dios.
Pero somos criaturas posesivas, egoístas, egocéntricas y narcisistas por naturaleza, y por eso escuchar estas cosas nos molesta. Porque creemos que todo nos pertenece a nosotros. Por eso, cada año matamos a miles de niños por medio del aborto, y decimos “es MI cuerpo, es MI vida.” Por eso, derrochamos el dinero en cosas vanas y a veces incluso inapropiadas y decimos “es MI dinero, no te metas”. Por eso hoy escogemos el género que queremos (ser hombre, mujer, asexual, bisexual etc.) y lo justificamos diciendo, “es MI decisión”. Todo esto desde un punto de bíblico es totalmente erróneo.
La Biblia nos enseña que es al revés. Nada nos pertenece, ni siquiera nuestros propios cuerpos. Si Dios no existiera, entonces sí es verdad que todo es “nuestro, nuestro, nuestro y nuestro.” Pero como Dios existe, tenemos que comenzar a vivir en la realidad y saber que todo es “Suyo, Suyo, Suyo, y Suyo”.
La pregunta hoy entonces es ¿Cómo estas administrando las cosas que Dios te ha prestado, incluyendo la vida y el cuerpo que te ha dado? ¿Cómo esta esa esposo(a), esa casa, ese dinero, ese terreno, eso hijos, ese talento dado, esa tecnología, ese carro, esos 5-10-30-años de vida que Dios te ha prestado?
Vive en la realidad, sabiendo que nada es tuyo. Todo le pertenece Dios. Nosotros somos simplemente mayordomos de lo que se nos ha encargado.