“Vuestro atavío [mujeres] no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. 1 Pedro 3:3–4
La belleza de una mujer no es un asunto solamente externo. Sobre todo, es un asunto interno.
En el tiempo del apóstol Pedro, las mujeres de la iglesia se habían dejado influenciar tanto por las mujeres vanidosas del mundo, que ahora solo andaban preocupándose por lo externo. Pedro entonces escribe y dice: “el maquillaje, el rímel, la base están bien, pero aún mejor que esto para la esposa y mujer cristiana, es tener cualidades internas, como un espíritu afable y apacible”. Este entonces, no es un llamado a que la mujer cristiana ande harapienta, y sin cuidar su apariencia externa. Sino más bien, un llamado a que también cultive virtudes, o cualidades internas. Un llamado a enfocarse en desarrollar y buscar sobre todo belleza interna.
Así que, compre la “crema quita manchas”, háganse la mascarilla, cómprense un bonito vestido, etc. pero recuerde que más importante que querer lucir bonita en la vida, es, ser bonita. “Lucir” bonita es fácil. Se pone esto, se compra el otro, se arregla el pelo etc. y ya. “Ser” bonita, por otro lado, requiere poseer cualidades internas que no se compran en L’Oreal, Revlon, o Yanbal. Sino que se obtienen con trabajo, cambio de actitud, sumisión, respeto, etc.
La verdadera esposa cristiana, entonces es la que hace que su esposo se enamore de ella y la ame, no solamente gracias a la belleza externa. La verdadera esposa cristiana es la que hace que su esposo se enamore de ella y la ame, sobre todo, gracias a las cualidades o belleza interna, que ella posee.