“He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su par”. Eclesiatés 5.18
Un día, el pastor de una iglesia fue con su hija a un restaurante muy bonito, pero también muy caro. ¿La ocasión? celebrar el cumpleaños número 15 de ella. Los dos pasaron un tiempo muy ameno, especial, y claro, también disfrutaron de una comida muy rica. Al salir del restaurante, el pastor y su hija se encontraron con una de las personas de su congregación que pasaba por ahí. Al verlos salir de este restaurante caro, la persona le dijo al pastor, casi como reprendiéndolo: “Con que así es como gasta el dinero que te damos”. Hay dos cosas que están mal con este comentario. Primero, estas palabras no fueron dichas por alguien que aprecia a su pastor, que sabe la verdad, o que se deleita cuando a los demás le va bien. Estas palabras más bien son dichas por alguien cuyo corazón rebosa de envidia. Segundo, este comentario es totalmente anti-bíblico.
Como vemos en el versículo de hoy Dios nunca nos llama a vivir miserablemente, vestidos en harapos, y comiendo en los lugares más baratos. Es lo contrario. Dios nos ha dado riquezas y posesiones materiales, y espera que las disfrutemos. Claro, siempre hay gente farisea y envidiosa, que nos hace sentir culpables cuando tratamos de vivir así. Pero no deberíamos escuchar a esa gente. A muchos cristianos todavía nos hace falta aprender que lo que Dios prohíbe, es que hagamos de las posesiones o dinero nuestros ídolos, no que disfrutemos de tales cosas. Disfrute entonces, sin miedo, vergüenza, o culpa de todas sus posesiones. Vaya de viaje, invite a su esposa o hija a una buena cita, lleve a su familia a un buen restaurante.
Use sus riquezas con sabiduría, no las derroche. Pero tampoco, se quede sin disfrutarlas.