“[Y Jesús les dijo] Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Mateo 19:6
Hay un dicho popular que dice: “El que se casa, que se vaya para su casa”. Este dicho es correcto, porque refleja una verdad bíblica. Para que en un matrimonio haya unión, primero debe haber separación. No cometas el error entonces de quedarte bajo las “faldas de tu madre”, o “los pantalones de tu padre” después de casaste. Busca independencia. Y padres, no cometan el error de impedir que el nuevo matrimonio se aleje de ustedes, y los deje atrás. ¿Por qué? porque sin verdadera separación, nunca puede haber verdadera unión. Esto es lo que Jesús nos enseña en el versículo de hoy.
Lo normal en un matrimonio nuevo, es que los dos puedan sufrir solos, caerse solos, pelear solos, y encontrar la solución solos. En esta manera los dos se unen más, hasta llegar a ser una sola carne. Y claro, esta separación de los padres no debe ser tan solo física, sino también emocional, económica, psicológica etc. Y no solo de los padres, sino de todo lo que le impida a la pareja fomentar la unión. Los dos entonces deben alejarse de sus antiguos enamorados, hobbies, vicios, amistades etc. De todo lo que les impida crecer en esa unidad que es indispensable en un nuevo matrimonio.
Esto no quiere decir que los nuevos cónyuges no puedan recibir ayuda de sus padres, amigos, vecinos, o hermanos de la iglesia. Claro que sí lo pueden hacer, pero siempre y cuando esta ayuda sea una ayuda que no los incapacite, que no comprometa su independencia, y que sobretodo, no impida esa unión que los llevará a ser, una sola carne.