“Corrige a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo”. Proverbios 19.18
El conocido psicólogo James Dobson cuenta la historia de un joven de 13 años que desafiaba todo tipo de autoridad y reglas. Generalmente este joven llegaba y salía de la casa a la hora que quería, y deliberadamente desobedecía cada orden que se le daba. Según su madre, todo había empezado desde que este joven había tenido unos 2 o 3 años. Su madre lo llevaba al cuarto, lo ponía en su cuna, pero como acto seguido, el niño le escupía en la cara. Al ser escupida, la madre pacientemente le trataba de explicar al niño que eso no se hace, pero él la interrumpía con otro misilazo de saliva. Ella limpiaba su cara y empezaba otra vez, a lo cual el niño respondía con otro escupitajo. En este punto, lo único que la madre podía hacer era salir exasperada del cuarto, mientras su pequeño escupía otra vez a sus espaldas.
Este es un ejemplo clásico de falta de corrección y disciplina en el hogar, no de falta de aprecio o cariño, sino de corrección y disciplina. Lo que este niño necesitaba no era ser escuchado y explicado, sino corregido de manera firme, amorosa, y constante. Claro, la disciplina o corrección, en algunos hogares ha sido tan mal usada, y abusada que ahora tiene una connotación negativa. Pero desde el punto de vista de Dios, la corrección no es algo negativo, sino algo positivo, algo que se nos manda hacer, y algo que siempre será necesario en la educación de los hijos. Recuerda, no porque algunos padres mal usen, o abusen la corrección o disciplina, esta tiene que ser abandonada. Eso sería absurdo, como abandonar toda ciencia porque algunos “científicos locos” han abusado, o mal usado la ciencia para hacer experimentos inapropiados. De la misma manera con la corrección.
Sino quieres un niño que te escupa en la cara, corrígelo de manera firme, amorosa, y constante. Ese es tu privilegio, y responsabilidad como padre.