“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Génesis 4:8–9
Contrario a lo que muchos pueden imaginar, Caín no era un hombre fuerte, poderoso, y seguro de sí mismo. Detrás de toda esa máscara de hombre “macho” había un niño arrogante, débil y cobarde. ¿Cómo sabemos eso? Porque según vemos, Caín es lo suficientemente “hombre” para matar a su hermano, y contestarle a Dios arrogantemente. Pero no lo suficientemente hombre para enfrentar la responsabilidad, y las consecuencias de su pecado. Interesantemente, esta actitud de Caín ejemplifica muy bien lo que pasa hoy en el mundo, y lo que muchas veces sucede en nuestras vidas. No tenemos un sentido de responsabilidad personal, por eso ya nadie es culpable de nada, somos solo víctimas. En este sentido nos hemos vuelto hijos de Caín. La psicología secular y nuestra naturaleza pecaminosa nos ha hecho mucho daño en este punto. Porque nos han enseñado que el culpable es siempre alguien más: mis padres, la sociedad, mis amigos, la falta de trabajo, la droga, Dios, la pobreza, el perro etc., pero el culpable nunca soy yo.
Dos cosas aprendemos de todo esto. Primero, tenemos que aceptar la responsabilidad por las cosas malas que hacemos. Nunca comenzaremos a sanar verdaderamente, hasta que ante Dios aceptemos que somos pecadores, y le confesemos nuestros pecados. Segundo, si bien en algunos casos podemos ser las víctimas del dolor, la ira, la frustración y el bulling de la sociedad. Ante Dios todavía somos responsables por lo que hagamos con ese bulling dolor, ira, y frustración. Es decir, ante Dios todavía tenemos la responsabilidad de reaccionar y lidiar apropiadamente ante estas cosas. ¿Por qué? Porque no somos descendencia de Caín, sino de Dios.