“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados…y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. 1 Corintios 15:3–4
Pocas cosas hay en la vida que nos aterran tanto como la muerte. Y es que la muerte no respeta a nadie, sea pobre, rico, sabio, tonto, enfermo, sano, viejo, niño etc. para la muerte todos son iguales. La muerte nos llega a todos, y no hay nada que podamos hacer para evitarla. Pero esto no siempre fue así. La Biblia enseña claramente que la muerte no fue parte del plan de Dios para la humanidad, sino que, esta vino como consecuencia del pecado del hombre. Sin embargo, aunque fue nuestra culpa, en su misericordia Dios nos proveyó a través de la muerte y resurrección de Cristo, la oportunidad de ser perdonados y disfrutar de ese perdón.
Es aquí donde la persona de Cristo se vuelve fundamental para la humanidad. Si Jesús hubiese tan solo muerto por nosotros, nuestros pecados hubiesen sido perdonados, pero igual moriríamos. Los cementerios estuvieran llenos de gente perdonada, pero que nunca va a poder disfrutar de ese perdón en vida. Por otro lado, imagine que solo hubiese resurrección sin que haya perdón. Entonces resucitaríamos siendo pecadores, y en este estado permaneceríamos por siempre. Es por todo esto que la obra de Cristo, es la pieza fundamental de la miseria humana. Jesús murió para que nosotros podamos ser perdonados, pero también resucitó para que una vez perdonados, nosotros podamos resucitar y disfrutar de ese perdón en el cielo. Para el ignorante y pagano, la semana santa es tan solo un feriado más. Para el creyente, la oportunidad de recordar que gracias a Cristo hemos pasado de muerte a vida. ¡Aleluya! Cristo no solo ha muerto, sino que también ha resucitado.