“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9
Anna Russell, satíricamente en una de sus canciones dice: “Fui a mi psiquiatra para ser psicoanalizada. Para averiguar por qué maté al gato y le dejé el ojo morado a mi marido. Mi psiquiatra me colocó sobre un sofá, para ver que podría encontrar. Y he aquí lo que sacó de mi subconsciente. Cuando yo tenía un año mi madre escondió mi muñeca en un tronco, y como consecuencia de eso ahora bebo y me emborracho como un loco. Cuando tenía dos años, vi a mi padre besar a la empleada, y es por eso que ahora padezco de cleptomanía. A los tres años tuve un sentimiento de ambivalencia hacia mis hermanos. Y es por eso que ahora quiero envenenar a todos mis enamorados. Ahora vivo feliz, porque finalmente [por medio del psiquiatra] he aprendido la lección final: que todo lo que hago mal, es por la culpa de alguien más”.
Esta canción ilustra muy bien la manera en que el mundo trata de ayudar al hombre a lidiar con la culpa y pecado. Como podemos ver entonces, interesantemente el mundo y Dios coinciden en una cosa, los dos buscan lidiar con la culpa y el pecado en el ser humano. La metodología, sin embargo, es diferente. El mundo busca esconder, reprimir, racionalizar, justificar, proyectar, o ignorar el sentido de culpa y pecado. Dios por su lado dice, hay que reconocer y confesar. Todos hemos experimentado lo estúpido, irracional, y desagradable de querer esconder o justificar nuestra culpa y pecado. Por otro lado, todos también hemos experimentado la libertad y paz y que encontramos al reconocer y confesar lo que hemos hecho mal. Ya no te escondas más detrás de las excusas. Ya no vivas como manda el mundo, sino como manda Dios.