“He aquí que todas las almas son mías…” Ezequiel 18:4
Martha Sepúlveda es una mujer colombiana de 51 años diagnosticada con esclerosis lateral amiotrófica. Martha decidió acogerse a su derecho de “morir con dignidad” por medio de la eutanasia. Su muerte estaba agendada para el día de ayer domingo 10 de octubre, pero fue cancelada a última hora por las autoridades correspondientes. Esto claro, no fue del agrado de Martha. Lo irónico de esta historia, es que Martha escogió el domingo como el día en que quería morir. El mismo día en que nuestro Señor Jesús resucitó para que todos podamos vivir. Bíblicamente hablando, nadie tiene la autoridad de agendar su propia muerte, o la de alguien más. “Morir con dignidad” no es una idea que honre a Dios. Sin embargo, es importante notar que tampoco honra a los seres humanos, por lo menos no a los que deciden vivir. Porque si escoger quietarse la vida es morir con dignidad ¿Qué de los que valientemente deciden vivir a pesar de estar enfermos? ¿Son ahora ellos acaso tontos, estúpidos, o indignos? Pero hay algo más, aunque a muchos les parezca duro escuchar, la eutanasia tiene más de cobardía y egoísmo, que de valor y amor. Elegir morir por no querer enfrentar los problemas de la vida no es un acto de heroísmo, es lo contrario. Por otro lado, cuando elijo morir no solo estoy eligiendo irme yo. Conmigo se va todo lo que soy. En mi caso yo también soy padre, esposo, amigo, pastor, hijo, sobrino, vecino etc. Elegir morir, sería entonces dejarlos a todos ellos, sin alguien más. Esto es pensar solo en mí, y no en los demás. Es egoísmo, no amor. Bíblicamente hablando entonces, la muerte no es un derecho, la vida sí. La muerte vino como causa del pecado. Y la Biblia nunca nos anima a llamarle derecho, a lo que viene como consecuencia del pecado.