Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Rom 5:12)
Lo que Satanás puso en la cabeza de nuestros antepasados remotos en el Edén, fue la idea de que podían “ser como dioses”, ser sus propios amos, inventar una clase de felicidad aparte de Dios. Y es por esto que sabemos que la simiente misma del pecado no es la inmoralidad y las malas acciones, sino la autodeterminación que nos lleva a decir: “Yo soy el capitán de mi barco”. Es por esto que el hombre caído no es simplemente una criatura imperfecta que necesita mejorarse, sino un rebelde que necesita rendirse.
La creencia de que el ser humano es bueno por naturaleza, y que únicamente necesita las condiciones sociales correctas para tener “el cielo en la tierra”, ha llevado a explicar el pecado como resultado de la ignorancia, pobreza y las demás condiciones sociales negativas. Visto de esta manera, las malas acciones en la naturaleza humana no son el resultado del poder pecaminoso que tiene el hombre, sino del medio social en el que se desenvuelve; entonces de acuerdo con esta corriente dominante en nuestra moderna sociedad, la respuesta a la maldad se encuentra en ajustar bien las condiciones sociales. Este enfoque rechaza la justicia basada en la ley de Dios, y reduce a la ley a un conjunto de políticas sociales y económicas que aparentemente funcionan de modo óptimo. Entonces en vez de tratar a los seres humanos como agentes morales con deberes y responsabilidades, se les trata a los seres humanos como objetos a ser moldeados y manipulados. Con esta perspectiva se aumenta el control del gobierno, mientras que gradualmente se agota en los ciudadanos la responsabilidad moral, la iniciativa económica y la prudencia personal.
Cuando cerramos los ojos a la capacidad humana para el mal, también dejamos a lado al Hijo de Dios que venció al pecado- (F)